Cuaderno de viaje

Tercer viaje, día 3

Llevamos un rato esperando. Una moto viene por el camino y para frente a nosotros. Al quitarse el casco nos encontramos a Big Mike, un gran hombre que conocimos en nuestro primer viaje cuando Alejandro encontró el huevo de avestruz. ¿Os acordais? El huevo lo abrimos, cocinamos cinco súper tortillas y lo firmamos todos como recuerdo. Quisimos traerlo a España pero nos dijeron que en la aduana nos lo quitarían así que decidimos dejarlo y entonces Big Mike dijo que cuidaría de él.
Nuestro amigo recibe abrazos de todos nosotros porque sabemos que viene con buenas noticias. Un coche viene a recogernos y, mejor aún, nos traen comida. Os recuerdo que estábamos sin transporte, después de horas de viaje y barro, junto a un río sin puente, con nuestro proyecto de clínica en maletas y las tripas vacías. Pero Big Mike trae unas bolsitas con comida que saben a gloria y un jeep con tracción a las cuatro ruedas que sabe a más gloria y que intentará llevarnos al campamento.
Y llegamos. Solo queda tiempo para descansar y organizar el día de mañana en el que trasladaremos todo lo que trajimos en nuestro viaje anterior y lo nuevo hasta la clínica de Emurutoto. Nuestra clínica, vuestra clínica. Casi no duermo de los nervios. Al amanecer no hay gallo esta vez. Tengo un presentimiento muy bueno. Ya veremos.
Cargamos los jeeps y ponemos rumbo a lo alto del monte Oloololo. Cuando nos acercamos ya veo mi presentimiento y ciertamente era bueno. La clínica mejor de lo que habíamos visto en fotos. Rodeada de un paisaje espectacular aparece una construcción en la que veo a compañeros del colegio Teresiano, veo amigos jesuitas, veo a Ana, Virginia, Eva, Sergio, Ángel, Carolina, Chucho, Pili, Aurelio, otra Ana, Elsa… te veo a ti papá, os veo a todos y casi lloro, como siempre. La clínica es espectacular. Nunca habrá una clínica más bonita y soy absolutamente objetiva. Una de esas salas es nuestra y, obviamente, también es la más bonita de todas.
Descargamos y rápidamente nos ponemos en modo trabajo. Niños y mayores organizamos nuestro espacio y estamos listos para empezar. Nuestra buena estrella hoy está con nosotros y todo sale perfecto. Vienen niños de los de robar en la maleta, mujeres, ancianos, todos maasais. Y todo, todo sale bien. Y lo repito tanto porque no es normal. Siempre hemos tenido dificultades pero hoy ha sido perfecto. Una niñita tumbada en la camilla mientras Gus la examina y una lágrima le empieza a caer por la mejilla. Ay, no. Otro niño lleno de barro por la lluvia de estos días y los dientes marrones por el agua turbia. Otra niña que apoya su mano en la pierna de Gus de la manera más tierna que se puede uno imaginar. Y mientras fuera suena la música, Mara y Daniela ensayan una coreografía para las niñas maasais. Se nos ha llenado la sala de espera, qué felicidad.
Cuando Simon nos dice que ya es suficiente por hoy es cuando realmente sentimos el cansancio. Queda gente esperando a la que piden que vengan mañana y nosotros nos ofrecemos a empezar muy temprano. Para eso hemos venido. Me acerco a Gus, le quito la mascarilla, le doy un beso y le digo, “eres el mejor”, lo hemos conseguido. Falta mucho por hacer como mejorar el sistema de agua, crear zonas para pacientes ingresados, cercar el terreno, una ambulancia… pero ya veremos lo que trae la marea.
Nuestro último paciente parece que es un maasai importante que tiene muchas tierras y lógicamente, despierta la alerta en la mente negociadora de Gus y empiezan a hacer tratos o trapicheos como le digo yo. Pues allá que vamos. Camino a unas tierras que el anciano maasai tiene con vistas a la reserva de Mara, donde podríamos construir una casa con varias habitaciones donde podrían venir de vacaciones nuestros amigos de España y podrían hospedarse dentistas voluntarios y podríamos hacer campañas para ofrecer safaris y podríamos invertir parte de lo ganado en mejorar la clínica y si viniera mucha gente podríamos comprar la ambulancia y podríamos y podríamos… Y allí estamos otra vez. Con la cabeza llena de pájaros y los pies llenos de barro. Pero quién sabe, el libro de nuestras vidas tiene todavía muchas páginas por escribir y después de haberme ganado un safari a Kenia con una colonia y cuatro años después construir una clínica dental, ya no veo nada imposible.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *