Los que en estos últimos días han vivido conmigo la preparación de la fiesta solidaria para recaudar dinero para el proyecto, saben que yo andaba de un lado para otro siempre repitiendo… “esta es la última vez que me meto en esto”. Unas seiscientas personas acudieron a nuestra llamada y fue maravilloso pero agotador. Me sentí exhausta. Dije, ya no más. No vuelvo a organizar otra como esta. Bueno, pues lo retiro ¿vale? Tampoco hay que tomarse a la gente siempre tan en serio.
Despertador a las 6 de la mañana. Apertura puerta clínica 7:30. Cierre clínica 6 de la tarde. Descanso 20 minutos para comer y 5 para atinar en agujero baño.
El trabajo en una clínica dental no es fácil y algunas personas que me leen lo saben. A eso hay que sumarle que aquí se trabaja en unas condiciones digamos que no perfectas aunque esta vez son infinitamente mejores que en el viaje pasado. Y a esto, además, también se suma una sala de espera que, desde las 10 de la mañana sabes, que es imposible atender. Así que tu ritmo se acelera intentando que todo fluya para llegar a todos y entonces, un dientecito aparentemente inofensivo se convierte en el obstáculo más alto de toda la jornada.
Hoy creo que hemos hecho algo realmente bueno. No quiero ser exagerada pero creo que le hemos salvado la vida a alguien. Así, sin exagerar. Y si alguien opina lo contrario no me importa. Yo así lo quiero creer y me hace extremadamente feliz. Un hombre maasai con un incisivo que ha salido en el paladar, por el interior de los otros dientes y está medio torcido. Es un diente pequeñito, en aparente calma y que no se mete con nadie pero no está en buen lugar y hay que sacarlo. Gus comienza su trabajo y la cosa empieza a complicarse. En el momento que tiene que salir la raíz no sale. Es mucho más gruesa de lo habitual. Tiene una malformación que nos hace sudar a todos para conseguir sacarla pero cuando sale viene con esa palabra que de solo escucharla se eriza la piel, un tumor. El diente tiene una infección tan grande que ha generado un tumor que ya había destruido gran parte del hueso y la cavidad es tan profunda que casi se une con la nariz. Si ese tumor no se extrae, avanza destruyendo todo tejido que encuentre a su paso. Ese hombre en Zaragoza lo pasaría mal pero en Kenia lo pasaría fatal. Si el tumor hubiera seguido avanzado habría destruido todo a su paso por toda la cara. Y por eso sé que hoy hemos salvado una vida.
Hoy hemos atendido muchos niños y madre de mi vida cómo tienen esas boquitas. Entiendo que es más bonito enseñar en las fotos los paisajes de por aquí pero nuestras vistas estos días no son a la sabana. Esos dientecitos tan pero tan negros… En la mayoría de los casos no podemos salvar algunos dientes, llegan demasiado tarde. Yo suelo poner mi mano es sus pechos para darles calma y noto sus corazoncitos cabalgar como las cebras que pastan a cien metros de la clínica. Algo tienen en la mirada que no sé describir pero es diferente y cuando te miran desde la camilla sientes que te derrites como Olaf en Frozen. Hoy en las fotos tenéis un par de niños que representan para nosotros lo bien que elegimos el nombre de nuestro proyecto, “Una sonrisa en Kenia”. Uno lleva cartel y al otro no le hace falta, ya lo lleva puesto.
Como el trabajo empieza temprano, mis niñas se quedan durmiendo un rato más en el campamento y luego nuestro Dennis nos las trae a mitad de mañana. Llegan como un aire fresco pero la clínica es pequeña y somos muchos trabajando. Gus de jefe de cocina, Alex segundo de a bordo, yo junto a mi Gus, como debe ser, Yegon encargado de la esterilización y Simon de traductor. El estrés es tan grande aquí dentro que las niñas prefieren estar a su aire y disfrutar de la buena vida en Kenia. Afortunadas.
A las cuatro de la tarde había que tomar una decisión. 26 personas esperando y es imposible ver a todas. Aquí anochece sobre las 6:30 y como las personas vienen desde lejos caminando, tienen que empezar a marcharse antes de que les coja la noche porque hay peligro de que algún animal salvaje les ataque y les mate. Algún animal les mate. El peligro no es que no lleguen a la cena o que no lleguen al último bus, no. El peligro es la muerte.
Como decía, había que tomar una decisión y Simon, lavándose las manos cual Pilatos, dice que él no puede enfrentarse a las mujeres y decirles que no se les va a poder atender. Gus entonces propone:
– Pues atendamos a mujeres y niños primero.
Y Simos responde, – Y ¿por qué a las mujeres primero?
– Bueno, dice Gustavo, por respeto no sé. Y porque tal vez tienen que ir a cuidar de los niños porque son mamás.
Y entonces Simon que es un negrito de metro noventa, grandote y no muy simpático dice tan serio que yo doy un pasito atrás. – “Y qué pasa con los hombres, ¿es que no son papás? Aquí en Kenia siempre, desde que nacen, a las niñas se les dan muchos privilegios. En los colegios si se construye un dormitorio es para las niñas de manera que los niños tienen que dormir al raso y como se supone que los hombres deben ser fuertes, no pueden ni quejarse. Si hay escasez de comida en las escuelas, las niñas comen primero. Así que a ellas se les está ayudando desde que nacen, ¿por qué deberían pasar hoy primero?”
Silencio incómodo, no queremos meternos en reivindicaciones. Yo quiero seguir mi trabajo e irme a descansar. Valoro la situación y aunque Simon es grande, Gus le puede así que estoy tranquila. Entonces Gustavo dice, – ¡Pues los hombres primero, si a mí me da igual!
Simon se ríe, buff ¡menos mal!
El caso es que la cosa parece que no avanza y entonces daktari Gustavo toma las riendas y sale a hacer una inspección rápida para ver qué casos son los más necesitados, sean hombres o mujeres, y si habíamos dicho que eligiera a siete, él viene con once. Ver que te necesitan tanto no es como para decir pues ahí te quedas que me tengo que ir. Esto ha sido más complicado que elegir en los duelos de la Voz Kids a quién mandas a casa y quién se queda. Por cierto, todo eran mujeres y niños los que esperaban fuera, ni un hombre.
Terminamos absolutamente agotados. Gus con su cuello que le mata y Alex y yo con los pies doloridos. Pero como decíamos al cerrar la puerta de la clínica, las conciencias muy tranquilas por el trabajo bien hecho. Ya empieza ese sentimiento como las veces anteriores, no me quiero ir. Se me hace tan corto… Mañana no podemos trabajar en la clínica, celebran el día de la independencia y todo estará cerrado. Así que nos dan el día libre que nosotros aprovecharemos para hacer “otras gestiones” o trapicheos. Estamos tramando algo y este tiempo libre nos vendrá muy bien. Nunca es tiempo perdido.
Las cenas en el campamento son momentos mágicos. Nos sentamos a la mesa a la que invitamos a Dennis y Yegon y las risas hacen que otros turistas nos miren curiosos. Esa niña rubia abrazada a ese negrito que la mira con ternura mientras ella chapurrea un espanglish lleno de expresividad y simpatía mientras un Gustavo ocurrente organiza una carrera, un pulso, una apuesta, cualquier cosa que despierta las carcajadas entre los demás negritos. Y así queda la cosa. Una carrera de cuatro kilómetros entre Yegon y Dennis. El primero que llegue se gana unos dólares hospitalidad de la casa Rodríguez. Nuestros amigos que aceptan el reto. Y yo tranquila porque sé que no habrá dinero mejor invertido y porque sé que, conociéndonos, nadie saldrá perdedor. Eso seguro.
Despertador a las 6 de la mañana. Apertura puerta clínica 7:30. Cierre clínica 6 de la tarde. Descanso 20 minutos para comer y 5 para atinar en agujero baño.
El trabajo en una clínica dental no es fácil y algunas personas que me leen lo saben. A eso hay que sumarle que aquí se trabaja en unas condiciones digamos que no perfectas aunque esta vez son infinitamente mejores que en el viaje pasado. Y a esto, además, también se suma una sala de espera que, desde las 10 de la mañana sabes, que es imposible atender. Así que tu ritmo se acelera intentando que todo fluya para llegar a todos y entonces, un dientecito aparentemente inofensivo se convierte en el obstáculo más alto de toda la jornada.
Hoy creo que hemos hecho algo realmente bueno. No quiero ser exagerada pero creo que le hemos salvado la vida a alguien. Así, sin exagerar. Y si alguien opina lo contrario no me importa. Yo así lo quiero creer y me hace extremadamente feliz. Un hombre maasai con un incisivo que ha salido en el paladar, por el interior de los otros dientes y está medio torcido. Es un diente pequeñito, en aparente calma y que no se mete con nadie pero no está en buen lugar y hay que sacarlo. Gus comienza su trabajo y la cosa empieza a complicarse. En el momento que tiene que salir la raíz no sale. Es mucho más gruesa de lo habitual. Tiene una malformación que nos hace sudar a todos para conseguir sacarla pero cuando sale viene con esa palabra que de solo escucharla se eriza la piel, un tumor. El diente tiene una infección tan grande que ha generado un tumor que ya había destruido gran parte del hueso y la cavidad es tan profunda que casi se une con la nariz. Si ese tumor no se extrae, avanza destruyendo todo tejido que encuentre a su paso. Ese hombre en Zaragoza lo pasaría mal pero en Kenia lo pasaría fatal. Si el tumor hubiera seguido avanzado habría destruido todo a su paso por toda la cara. Y por eso sé que hoy hemos salvado una vida.
Hoy hemos atendido muchos niños y madre de mi vida cómo tienen esas boquitas. Entiendo que es más bonito enseñar en las fotos los paisajes de por aquí pero nuestras vistas estos días no son a la sabana. Esos dientecitos tan pero tan negros… En la mayoría de los casos no podemos salvar algunos dientes, llegan demasiado tarde. Yo suelo poner mi mano es sus pechos para darles calma y noto sus corazoncitos cabalgar como las cebras que pastan a cien metros de la clínica. Algo tienen en la mirada que no sé describir pero es diferente y cuando te miran desde la camilla sientes que te derrites como Olaf en Frozen. Hoy en las fotos tenéis un par de niños que representan para nosotros lo bien que elegimos el nombre de nuestro proyecto, “Una sonrisa en Kenia”. Uno lleva cartel y al otro no le hace falta, ya lo lleva puesto.
Como el trabajo empieza temprano, mis niñas se quedan durmiendo un rato más en el campamento y luego nuestro Dennis nos las trae a mitad de mañana. Llegan como un aire fresco pero la clínica es pequeña y somos muchos trabajando. Gus de jefe de cocina, Alex segundo de a bordo, yo junto a mi Gus, como debe ser, Yegon encargado de la esterilización y Simon de traductor. El estrés es tan grande aquí dentro que las niñas prefieren estar a su aire y disfrutar de la buena vida en Kenia. Afortunadas.
A las cuatro de la tarde había que tomar una decisión. 26 personas esperando y es imposible ver a todas. Aquí anochece sobre las 6:30 y como las personas vienen desde lejos caminando, tienen que empezar a marcharse antes de que les coja la noche porque hay peligro de que algún animal salvaje les ataque y les mate. Algún animal les mate. El peligro no es que no lleguen a la cena o que no lleguen al último bus, no. El peligro es la muerte.
Como decía, había que tomar una decisión y Simon, lavándose las manos cual Pilatos, dice que él no puede enfrentarse a las mujeres y decirles que no se les va a poder atender. Gus entonces propone:
– Pues atendamos a mujeres y niños primero.
Y Simos responde, – Y ¿por qué a las mujeres primero?
– Bueno, dice Gustavo, por respeto no sé. Y porque tal vez tienen que ir a cuidar de los niños porque son mamás.
Y entonces Simon que es un negrito de metro noventa, grandote y no muy simpático dice tan serio que yo doy un pasito atrás. – “Y qué pasa con los hombres, ¿es que no son papás? Aquí en Kenia siempre, desde que nacen, a las niñas se les dan muchos privilegios. En los colegios si se construye un dormitorio es para las niñas de manera que los niños tienen que dormir al raso y como se supone que los hombres deben ser fuertes, no pueden ni quejarse. Si hay escasez de comida en las escuelas, las niñas comen primero. Así que a ellas se les está ayudando desde que nacen, ¿por qué deberían pasar hoy primero?”
Silencio incómodo, no queremos meternos en reivindicaciones. Yo quiero seguir mi trabajo e irme a descansar. Valoro la situación y aunque Simon es grande, Gus le puede así que estoy tranquila. Entonces Gustavo dice, – ¡Pues los hombres primero, si a mí me da igual!
Simon se ríe, buff ¡menos mal!
El caso es que la cosa parece que no avanza y entonces daktari Gustavo toma las riendas y sale a hacer una inspección rápida para ver qué casos son los más necesitados, sean hombres o mujeres, y si habíamos dicho que eligiera a siete, él viene con once. Ver que te necesitan tanto no es como para decir pues ahí te quedas que me tengo que ir. Esto ha sido más complicado que elegir en los duelos de la Voz Kids a quién mandas a casa y quién se queda. Por cierto, todo eran mujeres y niños los que esperaban fuera, ni un hombre.
Terminamos absolutamente agotados. Gus con su cuello que le mata y Alex y yo con los pies doloridos. Pero como decíamos al cerrar la puerta de la clínica, las conciencias muy tranquilas por el trabajo bien hecho. Ya empieza ese sentimiento como las veces anteriores, no me quiero ir. Se me hace tan corto… Mañana no podemos trabajar en la clínica, celebran el día de la independencia y todo estará cerrado. Así que nos dan el día libre que nosotros aprovecharemos para hacer “otras gestiones” o trapicheos. Estamos tramando algo y este tiempo libre nos vendrá muy bien. Nunca es tiempo perdido.
Las cenas en el campamento son momentos mágicos. Nos sentamos a la mesa a la que invitamos a Dennis y Yegon y las risas hacen que otros turistas nos miren curiosos. Esa niña rubia abrazada a ese negrito que la mira con ternura mientras ella chapurrea un espanglish lleno de expresividad y simpatía mientras un Gustavo ocurrente organiza una carrera, un pulso, una apuesta, cualquier cosa que despierta las carcajadas entre los demás negritos. Y así queda la cosa. Una carrera de cuatro kilómetros entre Yegon y Dennis. El primero que llegue se gana unos dólares hospitalidad de la casa Rodríguez. Nuestros amigos que aceptan el reto. Y yo tranquila porque sé que no habrá dinero mejor invertido y porque sé que, conociéndonos, nadie saldrá perdedor. Eso seguro.