Cuaderno de viaje

Noviembre 2015: Día 6

Amanece un día soleado en Maasai Mara. Por fin el cielo muestra todos sus azules y las nubes dan una pequeña tregua. Hoy será un día diferente a los otros. Hemos decidido salirnos de los safaris establecidos e ir a visitar los pueblos de la gente real de Kenia. Nuestro Dennis, que nos da gusto en todo, prepara el viaje con otros dos empleados del campamento. Salimos llenos de energía conversando con nuestros acompañantes que con gusto contestan todas nuestras preguntas. Subimos la colina que llaman Oloololo que significa zig zag. Tras las lluvias de estos días la carretera de tierra rojiza está llena de barro, charcos y huecos que nos sacuden con fuerza. A ambos lados vemos gentes que van y vienen, con sus coloridas ropas y sus zapatos desgastados. Mujeres que cargan bultos sobre sus cabezas, hombres con sus palos de pastoreo pero sobre todo niños, muchos niños. Pasamos un colegio y ahí los tienes, más niños uniformados corriendo, saltando con la goma, jugando al fútbol… Pero todos se paran a nuestro paso, nos miran y sonríen. Unos echan a correr para vernos mejor y otros saludan con sus manitas. Dejamos atrás una pequeña aldea con casas de estructura de metal donde la miseria es tan grande como la sonrisa de estas gentes. El paisaje es soberbio. Verdes prados con pequeños bosques llenos de vacas, ovejas y cabras que se mueven libremente en semejante belleza. Y casas, muchas casas rodeadas por un cercado hecho con ramas adornan el paisaje. Son las típicas casas maasais, llamadas manyattas, pequeñas chozas redondas hechas con excrementos de animales, barro y paja. Podrían ser pequeños bungalows de un resort si no fuera porque miden unos diez metros cuadrados y dentro solo hay una salita donde se sientan y una habitación que hace de cocina y dormitorios. No hay electricidad, ni baño ni ventanas. Las construyen las mujeres que a su vez son las que cuidan el pequeño huerto, van a por agua, cocinan y se encargan de los niños. Les preguntamos a nuestros amigos keniatas que entonces qué hace el hombre? «El hombre hace los niños!!» contestan riendo. Llegamos al final de nuestro trayecto y aparcamos el coche en una colina que desciende suavemente hacia un bosque. Caminamos hacia los árboles, unas cuantas rocas bajo los pies y espeso bosque. Dennis lleva en brazos a Daniela que se cuelga como un monito. Cuando apartamos unas ramas densas se me corta la respiración. Estamos en un cortado del monte Oloololo sobre la inmensidad de Mara. La llanura se extiende bajo nosotros con toda su belleza verde y nos recuerda lo insignificantes que somos para la madre naturaleza. Los árboles salpican la llanura y se divisan diminutos grupos de animales. Tenemos que despertar de este magnífico sueño y volver al jeep. De regreso, más niños. Todos saludan y nos miran curiosos. Muchos corren para acercarse y nosotros no paramos de sonreír y saludarles desde el coche. Nuestro destino es un pueblo Maasai. Queremos volver a ver a esas gentes que tanto nos impactaron y comprarles más cosas. Queremos hacerles un poquito más felices. Nos reciben cantando. Visitamos el pueblo y nos paramos con cada niño que nos miran con caritas asustadas, sus ojos llenos de moscas y sus caritas sucias. Reviso mi mochila. Ayer les regalaron a mis niñas unas pinturas y una libreta. Repartimos los colores y las hojas. Ellos las cogen con miedo y corren a estrenarlas. Mientras, las mujeres maasais han extendido sus mantas llenas de objetos. Compramos muchos, menos de los que quisiéramos pero nuestras maletas son pequeñas. Cuando nos despedimos varias mujeres vienen a regalarnos pulseras, colgantes, llaveros… están agradecidas. Les hago fotos y me hago selfies mientras les digo que se miren en el móvil. «Ves qué guapa eres?» Los niños se despiden y yo sigo rebuscando mi mochila. Encuentro galletas y caramelos y se los damos. Ojalá hubiera traído más cosas para darles. «Mamá, mira bien si tienes algo más» dicen mis niños. Hoy nuestro corazón no nos duele tanto porque ellos están más contentos. Volvemos al campamento y comienzan las despedidas. Abrazos, palabras bonitas, intercambio de móviles… y tristeza. Cuando un gran grupo de empleados amigos salen cantando de la cocina con una tarta para despedirnos yo empiezo a llorar. Se me quedan muchas cosas bonitas en Maasai Mara pero me llevo varios amigos en facebook y en la vida real. Un mensaje sobre la tarta dice: kuaheri karibu zena.
Gracias amigos, adiós.

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