Cuaderno de viaje

Noviembre 2015: Día 5

Alguien llama a nuestra puerta a las cinco de la mañana, «good morning, your breakfast!». A través de una compuerta aparece una bandeja con cafés, chocolate caliente y galletas. Los nervios casi no nos dejan desayunar. A las cinco y media nos esperan para llevarnos a la que será una de las experiencias más emocionantes del viaje. Cuando llegamos a nuestro destino está amaneciendo pero hoy las nubes no dejan salir al sol. Una suave lluvia empieza a caer. Desde lejos lo distinguimos, allí está, nos están esperando. Unas ocho personas ayudan a inflar un gigantesco globo aerostático que será nuestro transporte de hoy. El piloto nos da unas breves instrucciones y nos conducen hacia el globo que sigue inflándose con fuertes llamaradas sonoras. La cesta donde debemos subirnos está volcada, tumbada sobre el suelo pero de lado de manera que para subir hay que tumbarse en el suelo e introducirte como arrastrándote de espaldas. Ok, cero glamour en mi subida a la cesta. Más llamaradas y el globo se hace más y más grande. El piloto nos habla del mal tiempo de hoy, mala lluvia, mal viento… en serio? Risas nerviosas. Nosotros seguimos tumbados bamboleándonos con cada llamarada. «Ok, so let’s go!» dice el piloto y la cesta comienza a incorporarse y adoptamos una postura más decente. Cuando asomamos la cabeza comienza el espectáculo. La sabana desde el aire es algo único. Los animales bajo nosotros, el sol saliendo entre las nubes, los colores, los olores y el silencio sólo interrumpido por los fogonazos del quemador. Cuando llevamos unos cinco minutos de vuelo el piloto nos da la mejor noticia del día, el viento no va en la dirección adecuada y debemos aterrizar. Adopten posición de aterrizaje. Sin tiempo para pensar nos sentamos y sujetamos con fuerza unas pequeñas asas frente a nosotros. Tres segundos y una fuerte sacudida en nuestros traseros. La cesta se arrastra por el suelo lo que me parece una eternidad hasta que empieza a inclinarse. Ay Dios. Acabamos en la posición de despegue, con las espaldas contra el suelo mientras el globo se arrastra otros tantos metros. El roce con la hierba hace que salpique algo de barro sobre nuestras cabezas. Cero coma cero glamour. Nos paramos. Salimos como podemos de la cesta y el capitán, rojo por el esfuerzo en la frenada, nos explica que no eran las condiciones más indicadas para volar. Lo intentaremos otro día. Si recordáis dije que el piloto nos dio la mejor noticia del día al decirnos que debíamos aterrizar y es que si lo de hoy ha sido una mega experiencia, vamos a tener la oportunidad de vivirlo DOS veces. Hambrientos volvemos al campamento donde uno de nuestros camareros amigos nos ha preparado una enorme tortilla. Recordáis el huevo de avestruz de Alejandro? Así es. Ya no queda nada. Ni siquiera el cascaron podemos traerlo a España por problemas en la aduana. Tras el suculento desayuno salimos de safari otra vez. Hoy nuestra pequeña Daniela ha sido nombrada mejor buscadora de Maasai Mara ya que tras confundir veintiocho veces gacelas con leones de repente ha gritado «león!!». Como el cuento de Pedro y el lobo nadie le cree. «León mamá, león mamá, mamá mamá mamaaaaaaaa!!!» Frenazo de Dennis, marcha atrás y ahí está. Un súper mega Mufasa con toda la melena descansa tras unos arbustos. Hurras por Daniela, felicidad absoluta de la heroína. Avanzamos hasta el río Mara donde un grupo de cebras tratan de decidir si cruzan o no. En las orillas unos cocodrilos esperan el sí pero va a ser que no. Volvemos al campamento donde pasamos una tarde completa hablando con nuestro ranger, nuestro Dennis, y con otros empleados preguntándoles por sus costumbres, su forma de vida, sus hogares… Pero eso os lo contaré en otro momento ya que las cosas que calan muy adentro necesitan su tiempo para poder expresarlas y estas gentes merecen al menos un capítulo entero. 
Asante sana

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