Cuaderno de viaje

Nuestro segundo viaje, día 5:

Nuestro segundo viaje, día 5:

Qué difícil me va resultar hoy ser breve y al mismo tiempo transmitir lo que hemos vivido. Salimos temprano hacia Aitong, un pueblo a una hora y media de aquí, para visitar un colegio y entregar en esa zona el material escolar que nos habéis ayudado a recolectar. Maletas llenas, corazones contentos. Dennis y Yegon nos acompañan y yo me siento fuerte como una cabeza de elefante. Hoy en Aitong es día de mercado y Gustavo quiere visitarlo. Montones de gentes caminan de acá para allá, yendo y viniendo con bultos a las espaldas y sus ropas coloridas. Los puestos de comida exhiben sus productos en mantas en el suelo sobre la tierra rojiza de Kenia. A Gustavo solo le interesa una cosa del mercado. Las vacas. Un poco apartado de los otros puestos hay un cercado con cientos de vacas que se agrupan en pequeños rebaños con sus respectivos dueños que en cuanto ponemos un pie dentro del cercado giran sus cabezas a mirar a este extraño grupo de gente blanca con niños y abuelo. Paseamos entre los grupos de vacas, un poco intimidados por las miradas, siguiendo a nuestro Dennis cual perrillos falderos tras su buen amo. Mientras Gustavo hace negocios con los pastores, las niñas y yo nos acercamos a unos niños que nos tocan para ver qué es lo que nos pasa en esa piel tan blanca. Algunos materiales escolares no han llegado a la escuela, perdonadnos. Imposible resistirse.

El sol aprieta y debemos continuar. El nombre del colegio es Mara Vision School y tienen un proyecto muy interesante que os animo a conocer. Nos reciben los niños con sus uniformes y sus sonrisas, queriendo tocarnos a todos pero especialmente a Daniela que por su pelo y ojos tal vez les llama más la atención. Visitamos cada una de las clases y cada grupo de niños nos hace una bienvenida con una canción. Mi corazón está a punto de explotar. Pero ¿Cómo es posible que mi familia y yo hayamos llegado hasta aquí? Los niños están tímidos y les cuesta hablarnos. El director de la escuela, muy agradecido, nos dice que podemos dejar todo el material en una sala y ellos lo irán administrando pero mis niñas no están conformes con eso. “Yo quiero dárselo a cada uno mamá”, dice Daniela. Le pedimos al director que si podemos darles alguna cosita nosotros para poder regalarles a mis hijos esa satisfacción. Y allá vamos. Abrimos maletas y comenzamos. Los niños antes tímidos reciben sus lápices, colores, cuadernos, gomas… y nosotros recibimos sus sonrisas, sus miradas, sus caritas…

Alejandro me recuerda que hemos traído un altavoz para poner música y mis niñas se sacan de la nada una fiesta infantil con risas y baile. Cómo se mueven estos niños. Yo me retiro. Gustavo propone una competición de baile y ahí os dejos los finalistas y ganador. El trofeo un balón de fútbol.

Podría describiros las aulas, los uniformes, los niños pero no pierdo tiempo en eso y os invito a fijaros en los detalles en cada foto.

Repartimos los cepillos y pastas de dientes y vemos los casos más complicados. Aquí se necesita mucha ayuda. Vuelvo a pensar en todos los que no estáis aquí porque vais a tener que volver a colaborarnos. Salimos del colegio en shock. ¿Es posible tanta belleza? ¿Cómo es posible que todo el tiempo yo pensara en cuánto les íbamos a regalar y la que salga con tremendo regalo sea mi familia y yo?

Todavía nos queda la parte más bonita de todo el viaje que ha sido visitar la casa y la familia de mi amigo Dennis. Su padre, siguiendo la cultura maasai, tuvo varias mujeres que tuvieron varios hijos. Las cosas ahora han cambiado y mi Dennis solo quiere a su mujer. Allí estamos, en medio de la nada de Kenia, rodeados de niños y mujeres maasai felices porque su familiar Dennis llega con una visita muy exótica. Nos reciben en su casa y nos dan la bienvenida con una bebida maasai. La sonrisa de mi amigo es inmensa, está feliz y lo noto. La casa son 15 metros cuadrados repartidos en salón y dormitorio. La cocina, un fuego fuera. No hay más. No hay electricidad ni agua. Para lavarte debes ir al río y nos confiesa que no van todos los días, tal vez tres por semana. Paredes de barro y techo de hojalata. Pero lo bueno es que tienen otra casita como esta para huéspedes donde hemos planeado venir a dormir todos la próxima vez.

Repartimos ropa y otro poco del material escolar que nos habíamos reservado para ellos. Sus caritas llenas de moscas me traspasan el alma. Dios mío, cuánta belleza pero cómo duele. A los niños les gusta tocarnos y nos dejamos tocar. Tras hacer una foto de familia, porque, ya son familia, tenemos que regresar. Nos espera un largo camino por delante para reflexionar y aposentar lo vivido. Otra escuela nos espera más adelante y a petición de Dennis entregamos las cosas que nos quedan. Maletas vacías, corazones tristes.

Cuando paramos a ir al baño (tras un arbusto) ya de vuelta al campamento, Dennis me dice que siente como si hubiera tocado el cielo por habernos tenido en su casa. Se siente bendecido, me dice, y me abrazo a él porque no sabe que los bendecidos somos nosotros. Mañana es nuestro último día completo aquí. Atenderemos el máximo de personas posibles y trataremos de que nuestro corazón no se nos parta antes de tiempo porque el sábado salimos.

De las 532 fotos que he tomado hoy ha sido difícil elegir, así que hago dos bloques. Miradlas con cariño porque están llenas de muchos sentimientos.

P.D. Gustavo ha comprado dos vacas, lo digo en serio.

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