Nuestro segundo viaje, último día:
Las despedidas siempre están llenas de planes futuros donde se busca el reencuentro. Creo que de esta manera intentamos aplacar la tristeza construyendo en nuestras mentes un plan que hace menos dolorosa la separación. Unas veces esos planes se cumplen y otras no. En nuestra despedida ha habido muchas frases de este tipo pero todas con la certeza de que se van a cumplir.
Ayer nos quedamos en la oscuridad de la noche, avanzando con nuestro jeep para ver el agujero donde vive una pitón. Las ramas chocaban con el coche, el silencio era total, todos concentrados enfocando la mirada, cuando vemos delante unas luces. Otros jeeps deben de haber venido a ver la pitón. Avanzamos y los arbustos se abren. No hay pitón. Nuestros amigos nos tenían preparada una despedida que no olvidaremos. Nunca he visto una puesta en escena tan bonita, tan de película. En un claro entre los árboles, una hoguera sobre una pira de hierro, sillas de madera y piel alrededor con mantas de cuadros maasai en los respaldos. Una carpa de tela con mesas iluminadas con lámparas de aceite de las de los safaris, de las que alumbraban el romance en la mesa entre Robert Redford y Meryl Streep en Memorias de África. Cristalería con elefantes grabados, una mesa de bebidas con cestas de picnic y camareros sirviendo un cóctel. Más allá, otra barra con unas brasas donde se está asando la carne. Sopa, verduras, postres… Y varios de nuestros amigos del campamento esperándonos para servirnos la cena más de película de toda mi vida. Quieren despedirnos a lo grande y vaya si lo han conseguido. Lloro al abrazar a Dennis. Uno de los responsables del campamento dice unas palabras de despedida y de agradecimiento por nuestra labor de estos días y nos transmite el agradecimiento de parte de la comunidad maasai que tanto luchan por mantenerse en sus tradiciones con gran escasez de medios especialmente sanitarios. Yo por dentro digo: no, gracias a vosotros. Nos llevamos más de lo que trajimos. Nos han regalado la experiencia de nuestras vidas. No os puedo regalar ninguna foto de este momento, cada uno tendrá que imaginarlo a su manera.
Volvemos pronto al campamento y las canciones que siempre cantamos en suhajili, suenan hoy más tristes. Hay más silencio. Para la última mañana tenemos reservada la visita a la base de todo nuestro proyecto, los cimientos, y lo digo de manera literal. Prestad mucha atención porque esta es la razón y el objetivo por el que vamos a luchar juntos a partir de ahora. Vamos a visitar los cimientos de la clínica que Africa Foundation, la fundación con la que estamos colaborando, está construyendo en Emurutoto y en la que quieren contar con tres salas para atender a las personas, un dispensario de medicinas y donde, gracias a vosotros, ahora van a poder contar con una sala destinada únicamente a la atención dental. Esos son nuestros cimientos. No queremos venir esporádicamente a atender a la gente y luego marcharnos dejando a todos nuevamente desatendidos. Queremos que haya una atención permanente y para eso tenemos que equipar esta clínica dental con todo lo necesario. El gobierno les colabora dotándola de un dentista pero los equipos son cosa nuestra. Caminando sobre la estructura de la clínica mi emoción toca el cielo. Esto es una realidad y tenemos la suerte de poder caminar sobre la base de algo que será muy grande porque hará mucho bien. Me emociona hasta que nuestra sala sea la más grande de todas porque así podemos poner dos equipos para atender más gente. Sobre nuestra futura clínica, daktari Gustavo y Simon Saitoti (responsable de Africa Foundation en Kenia), se dan la mano en señal de confianza mutua.
Llega la hora de cerrar las maletas y cerrar este viaje. Camino a la pista de aterrizaje el silencio es obligado. El nudo en la garganta no nos deja hablar. Cuando salíamos del campamento, un grupo de gente del personal, con varias sonrisas nuevas atendidas en la clínica, están cantando una canción de despedida. Y aunque la canción no suena triste, a mi me se me hace la más triste del mundo. Por eso ahora, camino a la avioneta el silencio es total. Dennis para animar, pone música en el altavoz de Alejandro que hemos estado usando en nuestra sala de espera. Cuando le decimos que el altavoz es para él, vemos como nuestro amigo comienza a llorar. Va conduciendo y no se da la vuelta. Solo vemos cómo se limpia las lágrimas con las manos mientras dice gracias, gracias. Es mejor que no mire hacia atrás porque todos estamos llorando. Tenemos muchos planes con nuestros amigos Dennis y Yegon y vais a seguir oyendo hablar de ellos.
Desde la ventanilla de la avioneta vemos cómo Dennis se seca las lágrimas. Daniela es la que más llora y la que menos entiende por qué tenemos que irnos. Cuando me giro y veo a Gustavo llorar, me viene el convencimiento de que en esto, como en todo, estamos juntos porque este dolor en la despedida será nuestro nuevo motor para la próxima bienvenida.