Nuestro segundo viaje, día 1:
Todavía no puedo creer que esto nos esté pasando. Son las doce de la noche en Maasai Mara y podemos decir que lo hemos conseguido. Hoy ha sido un día intenso, lleno de emociones y algo de nervios. Por la mañana despedíamos a nuestras maletas que marchaban por tierra mientras que nosotros lo hacíamos en avioneta. Separarme de nuevo de todo el equipaje me produce una sensación de intranquilidad parecida a cuando un hijo se va a dormir fuera de casa. Sabes que está en buenas manos pero tienes un no sé qué por dentro que no se va hasta que vuelve. “Cuídelas bien”, le decimos al chófer. Si él supiera todo el esfuerzo que va en esas maletas también las cuidaría como a un hijo.
Cuando sobrevolamos nuevamente el cielo de África, vuelve esa sensación que me persigue hace ya un tiempo. ¿Realmente esto me está pasando a mi? Allá vamos. Volando hacia Maasai Mara con los corazones nerviosos por ver a nuestros amigos. Tantas cosas que contarle a nuestro Dennis…
Fly me to Mara. Esa frase se mete en mi cabeza y me invento una canción con ese título, e incluso una película. La avioneta hace dos descensos y en el tercero nos toca a nosotros. Mientras aterriza casi ni nos fijamos en las cebras que corren junto a la pista de aterrizaje. Solo buscamos una cosa, más bien una persona, a Dennis. Ese ranger que la última vez hizo que lo sintiéramos como parte de nuestra familia.
Cuando para la avioneta alguien dice: “¡Allí está!” Mara echa a correr como las gacelas que veremos muy pronto y Daniela detrás. Alejandro las sigue. Ese abrazo… Acabo de aterrizar y ya casi lloro. Cuánto cariño en una sola persona. Las bienvenidas deberían apoderarse de las despedidas y destruirlas para siempre por el bien de la humanidad. Todo el mundo parece recordarnos y se alegran con nuestra llegada. Yo recuerdo a algunos y a otros no, problemas de mi memoria y de verlos a todos como que muy iguales entre sí.
Llegamos al campamento y nos reciben con canciones. Lo que tienen las bienvenidas. El manager se presenta y nos dice unas palabras de agradecimiento por nuestra labor y yo en mi cabeza pienso (nuestra y vuestra, los de España, todos nosotros). El camión con las maletas que traen el equipo no ha llegado todavía. El hijo que llega tarde. Otra vez esa sensación.
Cuando estamos viendo cómo unos leones atacan a unos pumbas justo delante de nuestro campamento (cosas que tiene Kenia), nos avisan de que nuestro camión ha llegado. Y allí está nuestro chófer y nuestros hijos, todos sanos y salvos. En la parte trasera del campamento nos llevan hasta la pequeña clínica que da servicio a la zona. Lo que os pueda decir del espacio lo ilustra mejor las fotos. No podría decir que me lo esperaba mejor porque no es así. Aquí hemos venido a cumplir una misión y lo haremos si solamente nos dan algo de electricidad y unos pacientes que atender. El resto lo ponemos nosotros. Al sacar todo de las maletas ya sentimos eso que ya nos temíamos desde que llegamos: si hubiéramos podido traer más… ¿Más de qué? Pues no sé, más de todo.
Resmus, el médico de aquí, nos pregunta que si todo el material nos lo volvemos a llevar cuando nos vayamos y al decirle “no, no, esto es todo para vosotros”, ¡qué felicidad la de ese hombre! La pelea ahora es por ver a quién atendemos mañana primero. En la puerta de la clínica ya tenemos el primer paciente que se lo pide. Lo que no sabe es que el médico, el cocinero, la hija del camarero y nuestro amigo Yegon ya se han pedido ser los primeros. Pero esa incógnita ya la desvelaremos mañana. Por hoy las emociones ya han tenido su buena dosis de gasolina y nos vamos satisfechos a dormir aunque no tranquilos pero no por los nervios de mañana sino porque cerca de la tienda, ya en nuestras camas, se oye un rugido que Gustavo dice es un león y yo quiero pensar que son sus tripas. Daniela hoy dormirá conmigo.












